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Salía de mi casa muy temprano -vivía en Monterrico- maletín en mano y las tareas hechas, pensando en las novedades que tendría en el colegio. Esperaba mi movilidad: el patrullero, sí un patrullero. La razón era que el papá de DA era oficial de alto rango de la Policía y tenía derecho a patrullero y chofer. Como DA y yo estudiábamos en el mismo colegio (la misma clase también), me jalaba al cole.
Me subía al patrullero, y ya se escuchaba la música que le gustaba al chofer, temas de los Iracundos, los Pasteles Verdes, Pedrito Otiniano o algún bolero bien sentido, Al menos no eran noticias fúnebres como aquel programa de la radio que comenzaba con “Nos preocupa …”.
De mi casa pasábamos a recoger a unos alemancitos que vivían en las Casuarinas e iban al Humboldt. El patrullero subía las calles empinadas y luego, después de recogerlos, volvíamos a bajar a Monterrico donde, el último en subir era DA, y ahí empezaba la verdadera diversión ¡Jesús, María y José! DA nos aguardaba vestido con “su” uniforme (el de él, no el del colegio). El cual era compuesto de chaqueta de cuero negra (pa’ ir amilanando), camisa blanca (o similar, podía ser amarilla, roja o la que le viniese en gana -¿Quién le iba a discutir-, ¿la insignia?, si la vi alguna vez no me acuerdo, el pantalón sí era plomo y los zapatos -¿o botas?- negros pero con puntera de acero (excelentes para modelar el pie y reventar cualquier hueso que se cruzase en su camino, faltaba más). DA tenía el pelo largo, bien peinado y liso,
¿Algún problema profe?
Nóooooooooooooo señor alumno, siga nomás.
El patrullero agarraba la Av. Primavera, la Panamericana, luego la Benavides y llegábamos al Humboldt y allí se bajaban los gringuitos (aunque todos tenían pelo negro, pero eran blanquitos), tranquilitos, educaditos, pero no sé porque siempre lo miraban a DA con los ojos bien abiertos, asustadizos diría yo. Aprovechando la parada en este colegio, DA también salía del carro y se dirigía al carretillero, ¡una lorna el pobre!; el pobre ya estaba “amansado y hecho para el castigo”. Al llegar a la carretilla, DA le “aplicaba” sus saludos. Los cocachos, sopapos y cachetadones eran rápidos y eficazmente aplicados.
El carretillero, cual mansa paloma y buen chico, se quedaba quieto, “caballero nomás”. Luego de los saludos o “amansada” ,DA se paraba y ya sin mirarlo, escogía “eclécticamente”, siempre variando (tenía sus gustos el muchacho), los chocolates clásicos o novedades de D’Onofrio. Algunos caramelos y dulces de gelatina. A pocos metros, y desde la ventana de la radiopatrulla, al ver la escena (recurrente), con la boca abierta pensaba en voz alta:
¡A la Mierrrrrrrrrrrrrrrda!
Una vez en el patrullero, DA, amigo al fin, nos convidaba la cosecha. El fercho, no me acuerdo su nombre, feliz, porque sabía que le caería algunos chocolates o tofis. Y como uno no es de piedra, yo también aprovechaba algunos dulces.
Ya en marcha, de la Av. Benavides, nos íbamos a Miraflores, a recoger al primo de DA, otra joyita, aunque la mayoría de las veces nos íbamos directo a Breña por el “zanjón”. Ya en esta vía, por alguna razón misteriosa, DA sacaba un tronchito del bolsillo cuyo papel yo conocía perfectamente. Era de algún evangelio, papelito fino y cuidadosamente impreso, buenísimas para la marimba sola o acompañada de polvitos blancos, ¿pastel?
La primera vez, con la boca abierta miraba la ceremonia de la prendida, la del troncho no la mía. Con las puntas bien enrolladas, se prendía un extremo y se daba una buena aspirada, llenando los pulmones y prendiendo la respiración, (pa’ aprovechar el humito pues) y luego se iba eliminando lentamente, suave no más. Sin pensarlo y luego de mirarme fijamente DA me dijo perentoriamente:
“Fuma”.
Y, bueno, ¿quién le iba negar esta cortesía a DA? Además, mi vida de uno estaba en juego. Así que, caballero nomás, “si no puedes con ellos, únete a ellos”, así que: a fumar la pipa de la paz ¡carajo!
Nuestra pequeña comunidad, la del patrullero, incluía al chofer, que también entraba en la colada. La primera vez, y siempre hay una primera vez, me acuerdo que le dijo:
No joven D. ¡Muchas Gracias!, estoy manejando y si su papá lo descubre me dan de baja.
Fuma ¡Carajo!
Y como si hubiese escuchado una voz divina, o haber visto la luz del túnel o haber tenido una revelación, el chofer se mandaba una aspirada de la PM que daba gusto de solo verlo, hasta parecía que sabía de la técnica. Mire Usted.
Así, poco a poco las inquietudes, las preocupaciones, las tareas, que sé yo, todo se iba desapareciendo lentamente, despacito, piano piano. De pronto todo era bacán, chistoso, alegre, de la PM.
¡Que bacán!, ¡que paja!
Viajábamos en las nubes ¡en pleno Zanjón!, con el chofer y yo pegados al techo, el volumen bien alto escuchando, Santana, Led Zeppelin, Jimi Hendrix, Black Sabbath, no entendía nada pero qué buena música oye tú.
Llegábamos a la Av. Brasil, no sé cómo, el chofer con una sonrisa Kolynos y un hilito de saliva, feliz el hombre. La primera vez, al llegar al colegio, me olvidé que usaba muletas, ¡Milagro!, pero sólo al primer paso supe que todavía las necesitaba (me saqué la entrep…). Parecía que flotaba y todo me daba risa. DA, mismo Travolta, ingresaba al colegio tranquilo, serio. Desde el portón al patio, la gente se abría paso para que el hombre pasase, era el “men” el muchacho.
Y ésto era sólo el comienzo de la mañana, el día era largo y traería más emociones.